Ella cabalgó en tu corcel negro, viajaron por ese camino al que nadie quería ir. Incluso la última vez que te miré sentí un ligero escalofrió estabas estancado junto a mí, me revelaste una pequeña ventana donde todo invitaba a visitar tu mundo. Yo te advertí que no podía acompañarte y te marchaste, de pronto sentí una brisa ligera, eran tus lágrimas negras y el viento se había encargado de llevarlas a mi rostro en forma de lluvia ligera. Hace algunas noches miré de nuevo a tu corcel inmovilizado junto al viejo árbol de jacaranda. Yacía junto a ti la joven florista, tan joven y hermosa como las flores de su jardín, ella te daba su mano porque tus ojos claros son como un imán encantador. Tú te adueñaste de ella y la encaminaste en tu corcel. Y nunca más en el pueblo se volvió a ver a esa chica. En el pueblo murmuran que la llevaste a vivir contigo y donde conservas en formol a miles de doncellas en gigantescos frascos de cristal como parte de tu locura disfrazada.